Las universidades y centros de investigación no deben, con carácter general, incentivar o recompensar de algún modo las actividades de divulgación científica de su personal investigador.
El objetivo que debe marcarse un investigador que inicia su carrera científica es el de formarse como tal investigador. Esto no quiere decir que no deba hacer otras cosas en su vida. Por supuesto que tendrá sus aficiones, sus hobbies, su vida social, etc., pero la tarea a la que debe dedicar su actividad “profesional” o, si se quiere, “laboral”, es la de formarse como científico. Y eso se consigue haciendo investigación y tratando de que esa investigación sea lo mejor posible. En ciencia, decir que una investigación es buena significa, o implica, que los resultados de la misma tienen mucho interés para los especialistas, lo que se traduce en que los artículos científicos en los que se publican esos resultados son citados por muchos colegas en sus propias publicaciones. Por esa razón, el rendimiento de esa actividad formativa y el nivel que alcanza el investigador en ese periodo se evalua a partir del número de artículos que publica y del número de citas que reciben esos artículos. Esos son los criterios que tendrán en cuenta quienes deban decidir acerca de si concederles nuevas ayudas para proseguir sus carreras o contratarlos en sus centros o equipos.
A los centros de investigación, departamentos e institutos universitarios, y universidades, también les interesa que su personal investigador, en general, y sus investigadores en formación, en particular, ofrezcan el máximo rendimiento posible en esos términos. Esa es la mejor garantía de que su actividad investigadora es de calidad y de que su personal ha alcanzado la mejor cualificación posible. Y por esa razón, esas instituciones, de un modo u otro, incentivan la publicación de artículos en revistas científicas de alto nivel. Solo de esa forma, además, alcanzan el reconocimiento internacional como centros de calidad y, en el caso de las universidades, obtienen buenas posiciones en los rankings internacionales.
Si incentivasen otro tipo de actividades, como la de la divulgación, por ejemplo, correrían el riesgo de que se le dedicasen demasiados esfuerzos a esas otras actividades, lo que iría en detrimento del objetivo básico y fundamental de esas instituciones, que es la buena investigación. Por lo tanto, no deben incentivarse.
¿Quiere eso decir que los investigadores no deben divulgar los resultados de su trabajo? No, no quiere decir eso. Los investigadores, a título personal, pueden hacer lo que mejor les parezca, del mismo modo a como hacen en general con su tiempo libre. Pero una cosa es que hagan lo que les apetezca y otra, muy diferente, es que las actividades distintas de la investigación se premien. Como ya he señalado, recompensar actividades diferentes de la investigación de calidad provocaría una peligrosa confusión en los objetivos de las instituciones.
¿Quiere esto decir que las instituciones de investigación no deben tener entre sus objetivos el de dar a conocer y divulgar sus resultados? Por supuesto que no quiere decir eso. Las instituciones de investigación deben promover y facilitar la divulgación y extensión social del conocimiento científico, en general, y de los resultados de su investigación, en particular. Pero los responsables y agentes de esa tarea no tienen por qué ser los investigadores, y menos aún los investigadores en formación. Lo que deben hacer esas instituciones es contar con personal específico para esa tarea o recurrir a agencias profesionales externas.